Los Comunes en perspectiva: eficiencia versus emancipación
Los Comunes en perspectiva: eficiencia versus emancipación
Rafael Ibáñez y Carlos de Castro
(Universidad Autónoma de Madrid)
Introducción
La preocupación por “los comunes” se ha situado recientemente en el centro de numerosos debates académicos y políticos.
Este texto pretende distinguir dos dimensiones que se han ido solapando históricamente en las reflexiones y en las prácticas sobre los comunes: eficiencia y emancipación. La eficiencia ha sido la principal preocupación de los discursos economicistas sobre los comunes, mientras que una parte de la tradición de la historia social se ha preocupado principalmente de la gestión de los comunes como base material del proceso de construcción de sujetos políticos autónomos y anticapitalistas.
El artículo muestra que el proceso histórico de construcción de la economía de mercado y del Estado, bajo la forma de democracia liberal principalmente a lo largo del siglo XIX, supuso un abandono de la gestión común de los recursos. La crisis de 2008 ha cuestionado de nuevo la doble hegemonía del Estado y el Mercado, como principales instituciones de gestión de los recursos, y ha abierto un escenario en el que las reflexiones sobre la gestión común parecen referirse o bien a las prácticas de resistencia contra el capitalismo que tienen pocas opciones de construirse con/a través del Estado o bien, de manera más amplia, hacia la necesidad de crear espacios autónomos para sujetos políticos emergentes.
Gestión colectiva sin capitalismo
Como ya señalaba E.P. Thompson -1-, quien ha encarnado una de las perspectivas más influyentes para el análisis de los bienes comunes, el análisis de la gestión colectiva de determinados recursos es difícil de encajar dentro del marco de las categorías propias de una economía capitalista. Y es simultáneamente difícil de encajar dentro de la realidad material y cultural de sociedades hegemonizadas por la reglas de una economía capitalista.
Tal vez por ello la crítica del capitalismo ha tendido a una relativa idealización de la importancia de los bienes comunes en las sociedades precapitalistas, no tanto por magnificar su importancia, ya que sin duda la tuvieron, como por simplificar su complejidad. Una complejidad que hace difícil la generalización y la formalización teórica, al menos cuando uno trasciende la dimensión económica del fenómeno. Como refleja la historia sobre los cercamientos en Inglaterra, quizá el proceso más conocido y mejor estudiado en torno a la gestión comunitaria de recursos, escribir sobre bienes comunes es escribir la historia de una comunidad, es escribir sobre su construcción política, su grado de autonomía, sus conflictos más o menos soterrados, su desigualdad interna.
Como trataremos de mostrar, la gestión de recursos comunes no es una cuestión de eficiencia económica, es obviamente una cuestión social y política. Los cercamientos parlamentarios en Inglaterra no sólo buscaban una destrucción económica de la comunidad (a través de la universalización y homogeneización de la propiedad privada individual), sino que reflejan, tal y como demostró E.P. Thompson, una lucha política por destruir su autonomía y su capacidad de autogestión de los recursos (es decir, sus órganos de representación, sus instituciones formales e informales, su cultura, sus valores… sus prácticas). En definitiva, se trata de ser conscientes
de la complejidad real de las formas precapitalistas de explotación de bienes comunes, muy ligadas a complejas normativas sobre derechos de propiedad, formas diferenciadas de acceso, viejas costumbres no escritas y un complejo entramado institucional capaz
de gestionar un sistema de diferencias y desigualdades sin la nítida construcción de las mismas que genera la propiedad privada individual una vez instituida por el Estado liberal burgués. Aunque las reticencias de E.P. Thompson hacia la «teoría» y la generalización hacen tal vez excesivas sus cautelas, tiene razón al advertir en torno a la gran diversidad de realidades concretas que se esconden bajo la idea del derecho comunal: “El derecho comunal es un sutil y a veces complejo vocabulario de usos, de reivindicaciones de propiedad, de jerarquía y de acceso preferente a recursos, del ajuste de necesidades, que, siendo lex loci, debe seguirse en cada localidad y nunca puede tomarse como «típica»” -2-.
Por desgracia, otra lección que parece desprenderse de la historia social de los cercamientos es que parece siempre mucho más sencillo teorizar en torno a los procesos de destrucción de los bienes comunes que en torno a su gestación o expansión. Desde el presente, es posible afirmar que “junto a la acumulación de tierra y poder, los cercamientos debían producir la desaparición de las formas de reproducción social al margen del mercado y la proletarización de un amplio sector de la población” -3-.
Parece entonces posible buscar un significado global para los cercamientos dentro de la extensión del mercado capitalista, del mismo modo que algunos autores buscan los paralelismos actuales con las privatizaciones, los nuevos procesos de mercantilización (del código genético, de la propiedad intelectual, del agua, etc.) o la degradación de los derechos sociales. Sin embargo, siempre es más difícil pensar las alternativas, pues crear o mantener un bien común implica crear o mantener la soberanía de un sujeto capaz de gobernarlo y gestionarlo. Y el capitalismo tiende a dejar apenas huecos y pequeños resquicios en los que pueda emerger ese sujeto comunitario que resulta incompatible con su dinámica.
En la transición al capitalismo, la clase obrera encarnó los restos de esa gestión comunitaria anticapitalista y encarnó en sus orígenes el deseo de retorno a una forma sofisticada de comunismo primitivo. La propia teoría marxista representa en cierto sentido esta posibilidad de escribir una historia de las formas de propiedad, desde lo colectivo absoluto (en el comunismo primitivo) hasta la propiedad privada burguesa (en la sociedad capitalista); y simultáneamente, la dificultad para sacar lecciones para el presente y extraer generalizaciones teóricas sobre las viejas formas de propiedad comunitaria.
Las lecturas y notas de Marx sobre las sociedades primitivas durante sus últimos años de vida, tratando de captar su complejidad para reconstruir su comunitarismo sobre nuevas bases, son una buena muestra de ello -4-.
Entre la eficiencia económica y la construcción política
En esta tradición de historiografía social, «los comunes» ocupan un espacio ambiguo y diverso en torno al que no se buscan definiciones precisas, y cuyas conclusiones podemos resumir en dos: la cautela en torno a la generalización y la extrapolación
al presente; y la consideración de «los comunes» como un fenómeno social total, ligado a la construcción y supervivencia política de un sujeto comunitario.
Pero junto a esta tradición, ha existido todo un conjunto de análisis teóricos de corte más economicista, donde el punto de partida ha girado de una forma u otra en torno a las ineficiencias del mercado. Desde los viejos análisis de la economía institucional, la teoría de los costes de transacción y la teoría del gasto público hasta la tragedia de los comunes de G. Hardin y toda la sofisticación teórica que evoluciona desde la paradoja del free rider de M. Olson -5- y los análisis en torno a la acción colectiva, la teoría de los juegos cooperativos o el neoinstitucionalismo. Si bien dentro de esta tradición académica tan diversa la precisión conceptual sí es muy relevante, no nos interesan para este repaso tan esquemático que podemos realizar aquí las distinciones entre bienes públicos puros, bienes comunes, recursos de uso común (common pool resources), etc. Nos interesa comprender que el tronco común de estos análisis es situarse bien donde termina el imperio de los derechos de propiedad perfectamente definidos o bien donde intervienen criterios para la gestión que tienen que ver con la costumbre, los usos locales y, en definitiva, la confianza, las normas, etc. de una economía «moral».
Lo que se analiza no son lógicas incompatibles con el capitalismo, como lo eran, al menos en gran medida, las lógicas que van siendo eliminadas por los cercamientos, sino dinámicas complementarias o, en todo caso, alternativas (pero no enfrentadas). Y si bien el centro teórico de las discusiones sigue situado en la aparición de un sujeto capaz de gestionar un recurso colectivo, el origen de su génesis no es una cuestión de lucha política, sino de gestión económica alternativa. Se trata de comprender, desde la premisa del calculador racional, cómo puede surgir una gestión eficiente que no exija, tal y como señaló E. Ostrom, ni al Estado ni a la empresa como agente del mercado. Probablemente una de las síntesis más lúcidas de esta tradición, premiada con el Nobel de Economía de 2009, es precisamente la de Elinor Ostrom, responsable en parte del resurgir académico de los análisis económicos en torno a «los comunes» -6-.
No es casualidad que el centro de su argumentación sea una colección de procesos históricos en los que la gestión «comunitaria» (con su complejo entramado de autogobierno, sistemas de control y sanción, confianza y tradición etc.) había resultado económicamente viable. Se trata de sacar una lección extrapolable sobre los requisitos institucionales para una gestión económicamente viable de recursos de uso común (aquello que la historia social sobre la destrucción de los comunes no es capaz de hacer).
Pero la virtud de una mayor formalización teórica y una mayor precisión en la conceptualización de los «bienes de uso común» se realiza a costa de reducir la alternativa de la gestión común a los huecos que la economía capitalista decida ir dejando libres. Pues aquí «los comunes» dejan de ser un fenómeno social total, que requiere de un entramado social y político propio (por tanto, necesariamente conflictivo con la lógica dominante), para pasar a ser una gestión económica alternativa de determinados recursos.
Una mención especial merece el tipo de análisis histórico y teórico que encarna la figura de K. Polanyi -7-.
Sus análisis representan el otro gran esquema posible a partir del cual pensar los comunes. Un esquema que, si bien parte de las mismas dinámicas históricas sobre las que Thompson quiere reconstruir la «economía moral», busca comprender no la emergencia de la clase obrera como alternativa, sino la resistencia de la sociedad en su conjunto a los efectos de la mercantilización. Por ello su esquema parece más útil para describir la segunda mitad del siglo XX, un momento donde el anticapitalismo comienza a formar parte de una utopía lejana y donde la reciprocidad comunitaria debe funcionar como un contrapeso a las acciones racionalizadoras del Estado y el Mercado.
De la gestión comunitaria a la gestión estatal
No obstante, la hegemonía del Estado y del Mercado, y el arrinconamiento de las alternativas comunitarias, había comenzado a gestarse hacía mucho tiempo. Uno de los actores principales en esta historia fueron los Partidos Socialistas creados por toda Europa en la década de los 1870s y cuyo papel fue ambivalente. Por un lado, lograron transformar al movimiento obrero en un sujeto político articulado, pero, por otro lado, este sujeto político estaba abocado a construir la base material de su autonomía en un espacio social donde la gestión de los recursos ya estaba hegemonizada por el Estado y el Mercado. En consecuencia, la autonomía política de la clase obrera estaba ya ligada al Estado y, consecuentemente, a la aspiración a gestionar el Estado. Las tradiciones utopistas y comunitarias de la izquierda ya habían sido abandonadas. De ahí que los objetivos de los partidos socialdemócratas renunciaran a los planes de descentralización, ya fueran los planes autónomos cooperativistas y comunitarios o los planes de autogestión obrera, y se centraran en la aspiración a una gestión centralizada del Estado basada en la redistribución y en los esquemas de protección social -8-.
La segunda mitad del siglo XX comienza con una Europa destruida y con las instituciones políticas (Estado, sistema interestatal) y económicas (mercado, patrón oro, regulación comercial) que la articulaban severamente dañadas. Ante semejante devastación no habría sido descabellado que hubieran surgido iniciativas de autogestión obrera al margen del Estado y del mercado de manera generalizada. Sin embargo, no fue así y la reconstrucción de Europa y la construcción del Estado de bienestar continuaban situando en el centro al Estado y al Mercado. Es cierto que el desarrollo del Estado de bienestar, la creación de servicios públicos de salud, educación, vivienda, etc. y la desmercantilización de varios sectores económicos permitió el surgimiento de importantes comunidades obreras muy activas alrededor de las zonas urbanas más industrializadas (comarcas mineras de Inglaterra, Alemania, Francia, las industrias del Norte de Italia). A pesar de la revitalización del tejido asociativo de las comarcas obreras, el planteamiento de una gestión común de
los recursos al margen de los canales institucionales del Estado y del mercado sencillamente desapareció.
Lo más parecido fueron las iniciativas de democracia industrial, que se limitaban a otorgar una mayor capacidad de participación y de decisión a los obreros en la gestión de las empresas públicas y privadas. Pero estas iniciativas tuvieron muy poco recorrido. La cuestión es que la autonomía de la clase obrera se basaba en la existencia de un espacio de sociabilidad autónomo protegido por la regulación estatal (desmercantilizado) y mantenido gracias a la redistribución de los recursos creados en el mercado.
La autonomía de la clase obrera no se basaba por tanto en la creación de instituciones propias y autónomas en la capacidad de generar y redistribuir recursos, sino que se basaba en su capacidad para influir, controlar y participar en los criterios de gestión del Estado y del Mercado.
En pleno auge del Estado de bienestar keynesiano, los años 60 trajeron consigo una poderosa crítica de las formas estatalizadas de gestión de los recursos. Mayo del 68 representó, entre otras cosas, una revitalización de la tradición más autogestionaria y comunitaria de
la izquierda anticapitalista. Planteó una doble crítica tanto al modelo estatalista como al mercantil por medio de la crítica a la invasión del consumo masivo, que en esa época empezaba a eclosionar. Sin embargo, no tuvo una traducción política en el marco de los partidos
socialistas o comunistas. La crisis del keynesianismo de los 70 terminó por deslegitimar el papel de Estado y situó al mercado como el único modelo legítimo de gestión de los recursos. Comenzaba la era de las privatizaciones, paradigma de modelo neoliberal de gestión de los recursos. Las privatizaciones masivas de empresas y sectores públicos abrieron un nuevo espacio de inversiones rentables a capitales locales y extranjeros. Pero su importancia no fue sólo económica, sino política en un doble sentido. Por un lado, las privatizaciones (al igual que tiempo atrás lo hicieron los cercamientos) contribuyeron a destruir el tejido asociativo y comunitario de las clases trabajadoras y, por tanto, a debilitar la base social de la que se nutrían los partidos obreros, los cuales, en su búsqueda de otras mayorías sociales, se desplazaron hacia un centro político y terminaron por legitimar el discurso neoliberal de gestión de los recursos. Y, por otro lado, las privatizaciones también supusieron la constitución de un nuevo sujeto político: las clases medias reunidas en un centro político desprovisto de estructuras organizativas propias. Su movilización y su construcción política se basaban en la orientación de su vida social y comunitaria hacia el consumo y el bienestar y, por supuesto, hacia el trabajo asalariado.
Hacia nuevas concepciones sobre los comunes
Uno de los resultados de la crisis de 2008 ha sido la deslegitimación generalizada de la gestión mercantil de los recursos. Una deslegitimación que ha ido acompañada de una descomposición política de la mayoría social que la sustentaba. La gran diferencia
con respecto a otras épocas es que no hay ninguna alternativa generalizada, puesto que el Estado continúa arrastrando el estigma de los años 1970. Es en esta coyuntura donde surgen los debates sobre los bienes comunes, en un esfuerzo por alejarse tanto de las formas mercantiles como de las estatalizadas de gestión de la vida -9-.
Es un debate académico y político en el que se indaga sobre las formas de recuperación de la soberanía de los ciudadanos y de su participación directa en la gestión de los recursos de sus ciudades, en el que se identifican experiencias eficientes de gestión común de los recursos sin el marco de la propiedad privada. En este nuevo contexto, todavía se apela a un sujeto político difuso, al margen de los alineamientos tradicionales, pero cuya articulación procedería de su capacidad para crear nuevas instituciones que le permitan poner en práctica una gestión común de los recursos y, en consecuencia, existir autónomamente.
Notas
1
E. P. Thompson. 1995. Costumbres en Común. Barcelona: Crítica
2
Ídem., p. 176.
3
Álvaro Sevilla. 2013. “¿Planificar los comunes?
Autogestión, regulación comunal del suelo y su eclipse en la
Inglaterra precapitalista”, en Scripta Nova, Vol. XVII, núm.
442, 20 de junio de 2013, p. 5.
4
L. Krader. 1988. Los apuntes etnológicos de K. Marx.
Madrid: Pablo Iglesias/Siglo XXI.
5
M. Olson. 1971. The logic of collective action public
goods and the theory of groups. Cambridge, Mass. London :
Harvard University Press.
6
E. Ostrom. 1990. Governing the Commons. The
Evolution of Institutions for Collective Action. Cambridge:
Cambridge University Press.
7
K. Polanyi. 1989. La gran transformación. Madrid: La
Piqueta
8
G. Eley. 2003. Construyendo la democracia. Historia
de la izquierda en Europa. Barcelona: Crítica, pp. 113-4.
9
Se han publicado numerosos artículos sobre la cuestión
entre los que se puede destacar el monográfico de la revista Documentación Social editado por Imanol Zubero en 2012 (nº 165) y el de la revista Ecología Política de 2013, nº 45.
10
Al margen de la academia también ha surgido un
importante grupo de activistas que reflexionan sobre lo común desde espacios asociativos como Observatorio Metropolitano y Traficantes de Sueños. Reflexiones que han sido la base para la publicación de un libro colectivo titulado La Carta de los comunes o una iniciativa de autoformación crítica de movimientos sociales llamada “Nociones comunes”, con
varias líneas de trabajo como postcolonialidad, feminismos, tecnopolítica, entre otras.
http://www.traficantes.net/nociones-comunes
Estos planteamientos contienen entonces la misma complejidad y la misma diversidad de entramados comunitarios que contenía la gestión precapitalista de los recursos. Si bien la base material es radicalmente distinta, la condición inevitable será siempre la
existencia de una base de tejido comunitario con capacidad para construir un espacio autónomo de gobierno. Y ello supondrá, de una forma u otra, el establecimiento de normas, la definición de límites y condiciones para el uso de los recursos, la existencia de
mecanismos sancionadores, etc. Pero hay una segunda característica común de estas nuevas prácticas con la gestión comunitaria precapitalista, y es el hecho de que se trata de prácticas radicalmente anticapitalistas, ya que su mera existencia, en cuanto amenaza con
salir de los márgenes, supone un conflicto abierto con las posibilidades de reproducción y acumulación permanente del capital. Desde nuestro punto de vista, no son por tanto una forma alternativa de gestión eficiente de los recursos, que sin duda lo son, sino
la apertura de espacios autónomos que reducen y cuestionan la hegemonía de la economía de mercado y las formas políticas que la sostienen.
ver todo el dossier relacionado en:
http://ecosfron.org/ecosfron/wp-content/uploads/DOSSIERES-EsF-16-El-procom%C3%BAn-y-los-bienes-comunes.pdf
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- Publicado:
- 2 mayo, 2016 / 12:37
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