Okupas nos llaman

Skyscrapes beyond the sky

Artistic skyscrapers in the sky above the clouds

La narrativa de la (des)ocupación

22.05.2024     Texto: Suiry Sobrino

Okupas nos llaman, y así toda tu historia de racismo inmobiliario, de estafa, de abuso, de intimidación y violencia se reduce a una historia de buenos contra malos en donde, claro, tú eres todo lo que está mal.

Hay categorías que tienen la capacidad de ubicarte en un lado de la sociedad, y ese lugar no solo es un espacio físico, aunque también lo es; es un lugar simbólico que te ubica dentro de una jerarquía histórica y que determina si tu voz debe o no ser escuchada, si la violencia ejercida contra tu cuerpo y contra los tuyos es justificada o no; es, para fines prácticos, un lugar para segregar a quienes no son sujetas o sujetos de derechos, de quienes sí lo son.

Podríamos pasarnos horas enlistando todas las categorías conocidas capaces de ubicarnos en ese lugar que, sin duda, son muchos y dependen del contexto en donde estemos; pero hay una categoría que ahora mismo, en Cataluña, si se te es impuesta, inmediatamente te convierte en una lacra social. Una categoría que, como las demás, te deja fuera del juego de los derechos humanos, solo por ser y (tratar de) existir.

Okupas nos llaman, y así toda tu historia de racismo inmobiliario, de estafa, de abuso, de intimidación y violencia se reduce a una historia de buenos contra malos en donde, claro, tú eres todo lo que está mal. Dentro de la narrativa hegemónica de la ocupación, no hay espacio para algo distinto al imaginario de personas decentes perdiendo sus casas a manos de estafadores que casi siempre son migrantes del sur global, y casi siempre están relacionados con el consumo de drogas, y la comisión de delitos. Dentro de la narrativa imperante no hay espacio para nada que no suponga el disciplinamiento de estos okupas a través de la violencia contra sus cuerpos no blancos, incómodos, empobrecidos, confundidos, fracturados, despreciables. En esa conversación hay espacio para empatizar con solo un lado del drama, y ese le corresponde al propietario del inmueble, al que se le otorga el privilegio de la verdad y de trascender como el protagonista de una película maniquea.

La desocupación como espectáculo y el desokupa como celebridad

Para que esta narrativa tenga un potencial mediático y sea de consumo masivo necesita de un personaje potente, que denote fuerza y disciplina: el vengador. Esa figura está representada por el matón de las empresas de desocupación, las que han sido capaces de volver esta problemática social en un espectáculo. Todo poder debe, necesariamente, espectacularizarse, dice en Introducción a una teoría del espectáculo el escritor Jesús González Requena, y la desocupación como narrativa lo ha hecho y lo ha hecho bien. Daniel Esteve, por ejemplo, el más representativo de las empresas de este rubro se ha convertido, gracias a la televisión española, en un personaje con influencia política. Esteve es la celebridad de la necromasculinidad, concepto propuesto por la filósofa mexicana Sayak Valencia, esa figura cuyo talento mediático debe utilizarse para convertir a la necromasculinidad en una categoría deseada por los demás, aunque la necromasculinidad signifique acceder al poder de dar muerte a otros.

Esteve está por encima del bien y el mal, de lo legal y lo ilegal. Esteve, por ser la celebridad de la necromasculinidad es también la corporización del Estado español, ese que se erige por sobre los cuerpos racializados, precarizados, explotados, empobrecidos, y que busca, a través de su muerte y exclusión, la conservación de su blanquitud. Podríamos decir entonces que la narrativa hegemónica de la ocupación es la narrativa del nacionalismo español, y los operadores detrás de la máquina que la produce son aquellos a quienes más les interesa conservar las jerarquías que los ubican arriba, para desde ahí seguir imponiendo las reglas de un juego que no les ha tocado jugar.

Resistiendo a las narrativas hegemónicas

Podría llenar este artículo de cifras y estadísticas actualizadas y de fuentes confiables que dejan en evidencia el discurso mentiroso de Esteve, quien en sus entrevistas nunca hace una cita real de los datos que difunde; pero como comunicadora me pregunto, ¿sirve de algo?

Por mi formación en periodismo me respondo que sí, que los datos aportan a contar la historia, a construir la realidad en nuestras cabezas; pero las cifras están ahí, a la mano de quien tiene acceso a internet. Es decir, quien consume a Esteve por su canal de YouTube fácilmente puede llegar a las estadísticas reales del “problema” de la ocupación. Lo que sucede es que la ocupación como narrativa es una excusa para la creación de una identidad colectiva que es, sobre todo, racista e islamofóbica. Por eso, la verdad no importa, nunca importó. Lo que importa es quien tiene el poder para imponer su narrativa.

Entonces, ¿cómo resistir a ellas desde la otredad? A veces, la función de quienes ejercemos las comunicaciones no es dar soluciones sino plantear las preguntas. Esa es la pregunta que me hago luego de haber sido acusada falsamente de okupa (aunque con toda esta reflexión, me pregunto si hay una forma “verdadera” de acusarte de okupa, teniendo en cuenta el significante de esa palabra de malos despojando de sus bienes a los buenos), difamada y acosada por una empresa de desocupación. 

¿Tiene mi historia valor después de haber sido obligada a cargar con el peso de esta etiqueta?, ¿tengo derecho a contar mi historia?, ¿tengo derecho a denunciar lo que nos hicieron?

¿Qué son las narrativas hegemónicas sino la pérdida de control sobre nuestras propias historias? Todavía no tengo la respuesta, pero sé que el camino es colectivo, porque no hubiéramos podido salir de esto sin nuestras amistades. No hay resistencia posible sin amor colectivo.

www.pikaramagazine.com/2024/05/la-narrativa-de-la-desocupacion/


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